LAICIDAD, Y LAICISMO ESTATAL (III)
Jesús Solís Alpuche
3.- Como vimos en la nota anterior, en breves palabras podemos definir que
‘laicidad’ es el mutuo respeto entre Iglesia y Estado, fundamentado en la
autonomía de cada parte como determinan nuestros Artículos 24 y 130
Constitucionales, mientras que ‘laicismo’ es la hostilidad e indiferencia
contra la religión. La laicidad del Estado se fundamenta en la distinción entre
los planos de lo secular y de lo religioso.
Según el Concilio Vaticano II, entre el Estado y la Iglesia debe existir un
mutuo respeto a la autonomía de cada parte. Pero no debemos olvidar que la
laicidad no es el laicismo ya que la laicidad del Estado no debe equivaler a
hostilidad o indiferencia contra la religión o contra la Iglesia. Más bien
dicha laicidad debería ser compatible con la cooperación de todas las
confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y
neutralidad del Estado. La base de la cooperación está en que ejercer la
religión es un derecho constitucional y beneficioso para la sociedad.
El laicismo es la corriente de pensamiento, ideología, movimiento político,
legislación o política de gobierno, que defiende o favorece la existencia de
una sociedad organizada aconfesionalmente; es decir, de una forma independiente
o, en su caso, ajena a las confesiones religiosas. Su ejemplo más
representativo es el Estado laico o no confesional. El concepto de ‘Estado
laico’, opuesto al de ‘Estado confesional’, surgió históricamente de la
separación Iglesia-Estado que tuvo lugar en Francia a finales del siglo XIX,
aunque la separación entre instituciones del Estado y las iglesias u
organizaciones religiosas se ha producido, en mayor o menor medida, en otros
momentos y lugares, normalmente vinculada a la ilustración y a la revolución
liberal. Los laicistas consideran que su postura garantiza la libertad de
conciencia, además de la no imposición de normas y valores morales particulares
de ninguna religión o de la irreligión.
El laicismo persigue la secularización del Estado, aunque se distingue del
anticlericalismo radical ateo en cuanto a que no condena la existencia de
dichos valores religiosos.
La laicidad. En el mundo de hoy se entiende de varias maneras: no
existe una sola laicidad, sino diversas; o mejor dicho, existen múltiples
maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso
contradictorias entre sí. En realidad hoy, la laicidad se entiende por lo común
como exclusión de la religión de los diversos ámbitos de la sociedad y como su
confín en el ámbito de la conciencia individual.
La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la
Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas
relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos. La laicidad
comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares
públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad
política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etc. Pero todos
los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de
contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a
Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en
la vida humana, individual y social. Por otra parte debe respetar y afirmar la
legítima autonomía de las realidades terrenas, entendiendo con esta expresión
que las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios
que el hombre ha de (OBSERVATORIO ECLESIAL AÑO 3 * 02 Jun - 09 jun 2014 * NUM.
74 28) descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente (Gaudium et Spes, 36). Esta
afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la sana laicidad, la cual
implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva
de la esfera eclesiástica. Por lo tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál
ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien
debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida
política.
Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una inferencia indebida.
Por otra parte, la sana laicidad implica que el Estado no considere la religión
como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ángulo
privado. Por lo tanto, a cada confesión religiosa, con tal de que no esté en
contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público, se le
garantice el libre ejercicio de las actividades de culto de la comunidad de los
creyentes, tanto espirituales y educativas, como las caritativas.
A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad,
sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de
relevancia política y cultural de la religión, en particular contra la
presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas. Tampoco es
signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana y a quienes la
representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas
morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en
particular de los legisladores y juristas. Ello no se trata de injerencia
debida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del
Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan
sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad.
Estos valores, antes de ser cristianos son humanos, por eso ante ellos no
puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de
proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino. RELACIONES
IGLESIA-ESTADO La Iglesia apoya el principio de laicidad, según el cual hay
separación de los papeles de la Iglesia y del Estado, siguiendo la prescripción
de Cristo: ‘Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’
(Lucas 20:25). De hecho, el Concilio Vaticano II explicaba que la Iglesia no se
identifica con ninguna comunidad política ni está limitada por lazos con ningún
sistema político. (lo cual no sucede ahora) Al mismo tiempo, tanto la comunidad
política como la Iglesia sirven a las necesidades de las mismas personas, y este
servicio se llevará a cabo de un modo más efectivo si hay cooperación entre
ambas instituciones.
Así: la justa separación entre Iglesia y Estado no significa que el Estado
niegue a la Iglesia su lugar en la sociedad o que se niegue a los católicos cumplir
su responsabilidad y derecho de participar en la vida pública.
Un Estado que no da espacio a las Iglesia en la sociedad, o las sujeta a sus
intereses cae en el sectarismo, lo cual podría conducir a un aumento de la
intolerancia y a dañar la coexistencia de los grupos que forman la nación. Con
este fin se permite a los cristianos hablar en público y expresar sus
convicciones durante los debates democráticos, desafiando al Estado y a sus
compañeros ciudadanos sobre sus responsabilidades como hombres y mujeres,
especialmente en el campo de los derechos humanos fundamentales, el respeto por
la dignidad humana, por el progreso de la humanidad y por la justicia y la
equidad, así como por la protección de nuestro planeta.
chantzacan@hotmail.com
Notas.-
[Religión en Libertad]
http://es.wikipedia.org/wiki/Laicismo